miércoles, 26 de noviembre de 2014

Sigo viva.

Podría deciros de todo en este momento, y probablemente todo el contenido de lo que dijese sería: ESTOY HASTA EL MISMÍSIMO Y MÁS ALLÁ DE ESTUDIAR. 

Tened un poco de paciencia conmigo esta semana, los ratos que tengo libres los empleo para leer o ver tonterías en Youtube que me hacen despejarme y reírme, entre eso y que Cedrick me mima con sobredosis de chocolate pues voy superando esta temporada de agobio infinito. 
Dadme unos días y volveré con más fuerza y siendo la mujer más "porculera" del mundo. 

Os vigilo. Que lo sepáis.

ASHAHDSAKJHFRT.



Sí, sí. AHGASHDGAT. Los apuntes me han trastornado.

lunes, 24 de noviembre de 2014

jueves, 20 de noviembre de 2014

Capítulo 6. Eduard.

-¿Quién eres?- pregunté una vez más.
La muchacha se incorporó despacio, y me miró con temor. Me apasionaba y a la vez odiaba ese sentimiento… el miedo. Me resultaba repugnante comprobar como alguien podía temblar bajo una mísera mirada, pero a la vez era fascinante sentir ese poder que proporcionaba ver el temor en ojos de otra persona, significaba que el control estaba en mis manos, eso me gustaba, yo movía los hilos y manejaba las cosas a mi antojo pero prefería que ambos nos encontrásemos en igualdad de condiciones. Luchar contra una familia de judíos, o en ese caso, causar miedo a una muchacha que no era más que una niña no era justo, ni justo ni satisfactorio para mí. No podía reprocharle nada, yo era un hombre que había aprendido a matar y a asustar a personas como ella, por eso añoraba tanto el frente, echaba de menos ser un monstruo sin identidad, sin nombre, ni vida, simplemente una máquina bajo unas órdenes claras, una máquina preparada para matar y para alcanzar un objetivo.

-Soy Ariane Gaudet, señor.-murmuró con un hilo de voz.
-No deberías estar aquí.-añadí de nuevo, carente de emoción.
¿Qué se supone que debía hacer? ¿Arrestarla? ¿Atemorizarla más aún? Mis actuaciones en esos casos formaban parte de una rutina perfectamente aprendida gracias a mi superior von Krischner, pero nadie había dicho nada sobre cómo actuar ante una joven que probablemente no llegaba a la mayoría de edad y que únicamente había sido sorprendida husmeando en una casa ajena.
“La casa de los Moreau, Eduard”-me recordé.

-Yo… verá…-carraspeó, tratando de aclarar su voz. Miré su rostro por primera vez y no pude evitar sorprenderme.- Soy la hija de los vecinos, yo sólo… sé que se llevaron a la familia que vivía aquí y quería saber que había sucedido con ellos…
La hija de los vecinos.
Traté de reprimir una sonrisa. Los vecinos que habían ocultado a la hija de los Moreau, una tal Gabrielle, en su casa.
Las piezas comenzaban a encajar. Recordé como había tratado de sonsacar una vez más a aquel viejo hombre el paradero de El pacto de sangre. Fue valiente, trató de proteger hasta el último momento su secreto. Y también trató de proteger la vida de su hija, como era de esperar.
Sabía desde el comienzo de mis primeras visitas a aquella casa que allí había una trampilla. Demasiados años de experiencia, demasiados indicios… 
Cuando les dije a los Moreau que si no me decían dónde se encontraba el cuadro, tendría que avisar a mis compañeros, supe entonces que ese era el momento perfecto para aguardar a mi presa. Caerían en la trampa, por supuesto que caerían.
Salí de la casa y me oculté en las escaleras, fue entonces cuando aquella mujer aprovechó para sacar del escondite a su hija y aporrear la puerta de la casa de sus vecinos, donde la ocultaron sin dudar.
Ya había vivido demasiadas situaciones similares, sentía que comenzaba a predecir muchas de las reacciones humanas.

La verdad era que no me importaba que Gabrielle Moreau estuviese viva, incluso daba gracias a que fuese así. Mientras estuviese escondida, mis posibilidades de hacerme con El pacto de sangre aumentaban, y cuanto antes tuviese en mi poder ese maldito cuadro, antes podría regresar a mi lugar, a ese que tanto deseaba volver.
Gabrielle Moreau me llevaría a esa legendaria obra de Sandro de’Marchesi sin ni siquiera imaginarlo, sin ni siquiera ser consciente de que yo la había visto ocultarse en la casa de sus vecinos, de los cuales me encontraba muy cerca, tan cerca como esos ojos verdes que me miraban estaban de mí.

-¿Vives en la casa de enfrente?- le pregunté.
Asintió con la cabeza, nerviosa.
La observé en silencio, con mil pensamientos golpeando mi mente sin cesar.
Tratarla con desprecio o frialdad sería para mí un arma de doble filo. Ella podía conocer el paradero del cuadro tan bien como su amiga, si actuaba demasiado rápido podría asustarla y ponerla en alerta y de ese modo mis planes, mi salvación, se esfumarían como el humo. 
Me fijé en ella, sopesando lo que debía hacer, intentando mantener mi mente tranquila y caminar con pies de plomo. Era una muchacha joven, de aspecto algo aniñado. Era bajita y delgada, parecía frágil ante mí. Su rostro era redondeado y tierno. Tenía unos ojos grandes, de color verde… un verde fascinante, hermoso. Sus labios eran gruesos, y sus mejillas tenían un gracioso color rosado. Su pelo era de color castaño, lo tenía largo, más largo de lo que acostumbraban a llevar las mujeres de Alemania, incluso diferente a como lo llevaban allí en Francia, lo tenía ondulado, cayendo sobre sus hombros.

-¿Qué le ha ocurrido a los Moreau?-se atrevió a preguntar, sacándome de mis ensoñaciones.
Me sorprendió que fuese capaz de hacerme esa pregunta, me miraba tan fijamente como yo a ella. El miedo parecía haberse esfumado de su cara.
-No lo sé, y aunque lo supiera… no podría decírtelo.
Claro que sabía lo que les había pasado, pero no estaba seguro de que ella pudiese soportar la verdad. Ni siquiera sabía si yo era tan valiente como para decirlo en voz alta. ¿Acaso aquel no era un comportamiento cobarde? Enfrentarse a personas inocentes, alejarles de todo, humillarles... 

No podía permitirme que las cosas se estropeasen de ese modo, no en aquel instante. Tenía ante mí a una joven que ocultaba en su casa y estaba en contacto con la única superviviente de una familia a la que pertenecía el cuadro más misterioso de todos los tiempos. No podía perder esa oportunidad, no podía desaprovecharla.
Ariane Gaudet. No me olvidaría de ese nombre. ¿Sabría ella de la existencia de El pacto de sangre? ¿Habría ido a la casa de los Moreau para encontrar algo que tuviese que ver con la obra de Sandro de’Marchesi? ¿Sería Ariane Gaudet judía? Miles de preguntas me acechaban… miles de contradicciones.

-Vete.-dije con firmeza.
Vi el asombro en su rostro pero evidentemente no se lo pensó dos veces. Cuando pasó a mi lado me miró con sus ojos verdes muy abiertos, y susurró:
-Gracias… 
Fruncí el ceño y giré la cabeza, tratando de evitar contemplar su mirada y oler la fragancia que emanaba de su cuerpo. 
Hacía demasiado tiempo que nadie me agradecía algo… demasiado tiempo que no veía un resquicio de humanidad o dulzura en una persona. No me merecía esa palabra, no merecía nada.

Observé a mi alrededor y comprobé que no se había llevado nada. Necesitaba salir de allí cuanto antes, aquella casa, aquella situación… empezaba a asfixiarme ese ambiente. Me desesperaba tener que tratar aquello, tener que hacerme con aquel cuadro. Únicamente deseaba descansar de una vez por todas.
Salí hacia el exterior de la casa y mis botas chocaron contra dos viejos cuadernos que se encontraban en el suelo. Me agaché a cogerlos y abrí uno de ellos por la primera página:

“Esperanza. Nadie me dijo nunca lo maravillosa que es esa palabra, lo mucho que guarda, los sentimientos tan puros que esconde. Esperanza es lo que diariamente inunda mi corazón y mi alma, es lo que me hace recordar que estoy viva, que mis sueños no me han abandonado, que mis más profundos deseos aún pueden cumplirse.
Ariane.”

Pasé las páginas de forma aleatoria, casi compulsiva. Prácticamente todo el cuaderno estaba escrito. Relatos, poesías…
Me apoyé contra la pared del pasillo de la casa de los Moreau y centré mi atención en una página que se encontraba marcada. Parecía que allí comenzaba una historia. Eché un vistazo rápido, trataba sobre un muchacho llamado Bernat, un joven aventurero y valiente que se encontraba en un curioso mundo fantástico al que había accedido tras perderse en un bosque del sur de Francia, alejándose sin poderlo evitar de su familia. El joven Bernat vivía una serie de aventuras mientras trataba de encontrar el paradero de su hermana pequeña, a la cual no podía olvidar, deseando únicamente abrazarla de nuevo y revolver su pelo como antaño había hecho.
Sonreí. La primera sonrisa que lograba esbozar en mucho tiempo.
-Ariane Gaudet…-susurré, mientras trataba de grabar aquel nombre en mi mente. Tal vez ella lograse ser mi puente hacia la libertad. Mi propósito era egoísta pero... Nadie jugaba limpio, mucho menos en aquel momento.
Fruncí el ceño una vez más y me obligué a dejar de sonreír y a cerrar aquellos cuadernos. 

Salí de allí con prisa, únicamente parándome en la librería que se encontraba en el bajo de aquel edificio.
Me sorprendí al verla allí, ocupándose de limpiar unas estanterías repletas de libros. Deseé sonreír de nuevo pero lo evité, no podía permitirme hacerlo… no podía permitirme estar dudando del modo en el que lo estaba haciendo en aquel instante.
Agarré con fuerza los cuadernos, negué con la cabeza bruscamente, tratando de ese modo de alejar los pensamientos, y me encaminé hacia mi coche.

Lo único en lo que debía centrarme era El pacto de sangre.

Yo como Mafalda, parad el mundo que también me quiero bajar.

Entre que me ha dado un ataque de locura y tijeras en mano me he cortado la melena (ha quedado un resultado maravilloso, que conste), lo de que vivo en un estado de estrés constante con los exámenes, y lo de la Duquesa de Alba... ¡A mí me han dado el día! Por cierto, quién me iba a decir a mí que iba a mencionar a la Duquesa de Alba en este blog... En fin.

Las cosas a veces podrían ser más desastrosas, pero ya es difícil, y no lo digo por mí, es más bien por todo en general... ¿No sentís que habéis llegado a un punto en el que necesitáis un maldito cambio en la sociedad YA? Pero cuando digo YA digo YA. Evidentemente no espero despertarme un día y: "Felicidades, Andrea, tu sueño se ha cumplido, ya no hay reyes en España, ni corruptos, ni PPSOE, ni más mierda varia que nubla el bonito país en el que vives, porque lo es, es bonito, porque sí, tenéis mil cosas maravillosas. Porque la gente se ha concienciado, abierto los ojos, y oye, Andrea, disfruta del momento... Tienes la tricolor en la ventana". Y yo que me imagino esto mientras escucho el Himno de Riego. Pero no sé si es demasiado utópico o si cada vez siento que lo veo más cerca.

Realmente no me gusta hablar de política así a la ligera, y mucho menos me hubiese imaginado diciendo estas cosas en mi blog o en Twitter pero... ¿¡Cómo voy a resistirlo!? Si es que esto parece de broma, cada día una cosa más. Y dado que hoy es el Día Mundial del Niño, y hay mucho revuelo en mi país con una anciana que ha muerto (lo siento mucho por ella peeeeeeeeero... eso es igual para todos, señores), creo que las prioridades se olvidan. Llamadme loca, cosa que no niego, siempre he estado un poco tocada de lo mío, pero veo excesivo tanta locura mediática por una señora que dudo que en su vida haya experimentado siquiera una mínima parte de penurias o calamidades que ha podido vivir cualquiera de nuestros abuelos o mucha gente que desgraciadamente, y a día de hoy, lo sufre de nuevo. Tal vez sería más productivo para la sociedad ver cómo lo están pasando todos esos niños que junto a su familia han sido desahuciados de numerosos inmuebles por toda España, niños que pasan hambre, padres que no saben lo que pueden hacer, que no ven ni una salida. ¡Pero oye, somos España, vamos a consentir que nos sigan robando y riéndose de nosotros! Yo no sé lo que pensáis pero... Igual deberíamos empezar a despertar.

miércoles, 19 de noviembre de 2014

Soy quien soy y... Sí, me importa una mierda lo que penséis de mí.


Así, sin más. Exactamente como el día que dije que tengo vagina y que la uso y me quedo tan contenta, oye. No me gusta ni esconderme, ni fingir ser alguien que no tiene absolutamente nada que ver conmigo. Esto es lo que hay, An Poulain, Andrea, como queráis llamarme... Este es mi blog, esta es mi vida, y esto es lo que hago y lo que por supuesto, ME ENCANTA hacer. ¿Las críticas? ¿Insultos? ¿Gilipolleces varias? Yo esas me las paso por donde yo me sé.

Así que ya sabéis, con amor... Andrea.  Y si no os convence pues a pastar, que también es otra opción al alcance de vuestras manos. A mí dejadme soñar, disfrutar, reír, escribir, fantasear, vivir. A quién no le guste nada de eso por favor, es libre de no pasarse por aquí. Esa es mi única condición, disfrutad de esto, dejaros llevar, pasad un rato lejos de los problemas cotidianos perdiéndoos unos minutos en este blog, pero respetad, simplemente eso. Gracias a todos lo que sí merecéis la pena y hacéis que este rinconcito tenga sentido, por vosotros y por mí son las razones por las que día a día busco un ratito para poder escribir. ¡Vosotros sois los importantes! Los demás... esos me importan lo que se dice una mierd* <3 

Dicho esto... ¡Al lío!

martes, 18 de noviembre de 2014

Capítulo 5. Ariane.

Escondí el diario bajo el colchón de la cama provisional que habíamos instalado en mi cuarto, no era el lugar más cómodo del mundo, pero habíamos acondicionado mi habitación para poder proporcionarle a Gabrielle un pequeño rincón que fuese lo más agradable posible, no tenía muy claro cuanto tiempo se escondería en nuestra casa, ni siquiera sabía si teníamos algún otro plan o opción a la que poder recurrir, las cosas tampoco estaban resultando fáciles para mi familia, pero jamás la dejaríamos tirada, eso era lo único que teníamos claro.
No soportaba aquella presión que estaba viviendo, sentía una sensación similar a la que había vivido hacía años cuando mi padre, una noche, no regresó jamás a casa, o cuando mi madre nos hizo subir a aquel barco con destino incierto a mis hermanos y a mí. No podía dejar de mirar la fotografía de mi familia. Mis verdaderos padres, mis hermanos… Mirar aquella imagen me hacía sentirles cerca, como si nunca se hubiesen alejado de mí. ¿Dónde estaría Bernat? Necesitaba su fuerza, su cariño. Les añoraba. Camille y Fabien siempre habían sido generosos conmigo, me habían tratado como a su hija, me habían cuidado y dado todo, pero aún así no podía evitar echar de menos lo que la guerra me había arrebatado.
Sentía que poco a poco me estaba rompiendo en mil pedazos y no tenía ni idea de cómo remediarlo. No podía escaparme de los problemas que nos acechaban. Mis historias, mis fantasías… ya nada de aquello tenía sentido en aquel momento, ni siquiera ellas lograban entretenerme, alejarme de aquel maldito mundo en el que vivíamos.

Observé como Gabrielle continuaba durmiendo. Al fin había logrado conciliar el sueño, se lo merecía, necesitaba descansar. Estaba tan débil, parecía tan frágil. A veces deseaba contarle quien era en realidad, hablarle de mi pasado, de mi verdadera familia, pero hacía tiempo que me había dado cuenta de que no se podía confiar en nadie cuando se trataba de salvar la vida, Camille me lo había dejado muy claro desde el primer momento que cogió mi mano y me prometió cuidarme, protegerme, y no dejarme sola jamás. Se lo debía todo a ella.

Comprobé que el diario estaba bien escondido y volví a mirar hacia mi amiga. Parecía tranquila por primera vez en días.
Gabrielle era más mayor que yo. Una joven que siempre me había transmitido alegría y tranquilidad. Sus facciones estaban muy marcadas pero eso nos pasaba a muchos de nosotros en aquella época, el hambre pasaba factura. Su rostro era afilado y a la vez muy dulce. Su piel era morena, sus labios finos y rosados, y sus ojos… sus ojos me parecían preciosos, de un color marrón similar al de la miel.

Sentí lástima por ella. Yo sabía lo que era tener que separarse de las personas que más amabas en el mundo. Sólo deseaba que al menos Gabrielle pudiera reencontrarse con ellos algún día, que todo finalizase y pudiesen ser una familia unida y feliz de nuevo. Aunque tal vez eso no era más que uno de mis sueños.
Ya había pasado una semana desde que Elise y Albert Moreau habían sido arrestados. Elise, en un acto desesperado por salvar la vida de su hija, le había pedido a Camille que la escondiese en nuestra casa. Eso me hacía recordar a mi madre, a mi maravillosa madre Emilia… al fin y al cabo ella había sacrificado todo por nosotros, sus hijos. Me enfurecía pensar en ella, en Guernica, en si estaría viva… ¿qué pasaría si supiera que su hijo pequeño, Pablo, había fallecido? ¿qué pasaría por su cabeza al saber que sus otros dos hijos estaban separados, sin saber nada el uno del otro? Aunque en mis documentos constase que me llamaba Ariane Gaudet, yo seguía siendo aquella niña que correteaba por las calles de su ciudad, que jugaba con sus hermanos, que amaba a su familia y que apoyaba a la República y jamás dejaría de hacerlo pese a que las cosas ya estuviesen más que perdidas. Siempre seguiría siendo Ariane Ulloa, y eso nadie me lo quitaría. Necesitaba saber de ella y de mi familia biológica.

Evidentemente conocía los riesgos que corríamos escondiendo a Gabrielle en nuestra casa. La Gestapo nos estaba investigando y era inminente que se produjese alguna de sus visitas periódicas a la librería. Que mi padre hubiese defendido a los Moreau fue un gran aliciente para que lo hicieran. Añadiendo a ese suceso, el incidente en el hospital en el que trabajaba mi madre, todas las miradas recaían sobre los “traidores” Gaudet. Si además la hija de la familia de judíos que vivían frente a nuestra casa había escapado... Todas las pistas señalaban hacia nosotros, o al menos aquello era lo que yo pensaba.
No tenía ni idea de si mis padres pertenecían a la Resistencia. Ellos jamás me decían nada, a decir verdad, hablar sobre política, sobre la Ocupación, pronunciar el nombre de Hitler… todo aquello parecía ser tema tabú en mi casa. No les podía culpar, yo no era más que una niña que lo único que había aprendido de la vida es que la realidad que nos rodeaba era la más despiadada e injusta de todas.
Lo único que sabía es que mi padre, el viejo Fabien Gaudet, aquel hombre risueño y afable, empeoraba por momentos postrado en la cama de su habitación. Su corazón estaba débil, y tanto Camille como yo temíamos lo que pudiera suceder.
No podía parar de pensar en lo que ocurriría si la Gestapo descubriese que ocultábamos en nuestra casa a una judía. Pero la verdad era que tener allí a Gabrielle, dormida en mi habitación, no había sido una opción. Pero pese a todos los problemas que podía acarrearnos, pese al peligro que corríamos… la cuidaríamos y protegeríamos del mismo modo que yo había sido cuidada y protegida hacía años. 

Cerré la puerta de mi cuarto con sigilo para no despertar a mi amiga. Recogí mis cuadernos, esos en los que escribía todas mis historias y fantasías, y me encaminé a la librería de mi padre.
Era yo la única que atendía el negocio familiar, dejando mis estudios a un lado. Debía hacerlo, la gente hubiese sospechado si de pronto nunca viesen la librería abierta. Mi madre debía cuidar de mi padre, y yo… yo tenía que hacer algo por los dos y tratar de llevar dinero a casa, el dinero que fuese posible.
Resoplé, me sentía frustrada.

No pude pasar por alto el hecho de que la puerta de la que hasta entonces había sido la casa de los Moreau se encontrase abierta de par en par. Mi instinto me gritaba que me alejase de allí, que me metiese en mis propios asuntos y me dirigiese a la librería de una vez por todas pero mi curiosidad… mi curiosidad era prácticamente imposible de ser reprimida, durante toda mi vida eso había sido algo muy complicado.
Dejé mis dos cuadernos sobre el suelo del pasillo, no solía separarme de ellos pero en aquel instante me entorpecían. Quería explorar la casa de los Moreau, rescatar sus historias, recuperar sus pertenencias y entregárselas a Gabrielle, descubrir qué había ocurrido.
Miré a mi alrededor y me estremecí. Aquella era una de esas casas que acechaban todas y cada una de mis pesadillas. Parecía un lugar sacado de lo más profundo de mi imaginación. Un escenario aterrador, carente de vida, de esperanza.
Parecía imposible que una familia pudiera haber estado viviendo allí, parecía imposible que de la noche a la mañana les hubiesen arrebatado todo de aquel modo.
Extendí un brazo y rocé la pared suavemente. El papel de las paredes había sido arrancado de cuajo. Los cuadros, los espejos… nada decoraba los espacios vacíos, simplemente se notaba su sombra, la marca que recordaba que en algún momento aquel había sido un hogar como cualquier otro. Los marcos de las fotos… todo se encontraba tirado por el suelo, rodeado de miles de papeles sucios, de documentos antiguos que amarilleaban debido al paso del tiempo.

Me agaché y recogí una pequeña foto de la familia de mi amiga. En ella se veía a Elise, de pie al lado de un sofá en el que se encontraba sentado su elegante marido Albert, tras ellos estaba Gabrielle, sonriendo. Transmitiendo toda la paz del mundo a través de esa sonrisa… ¿podría ver ese gesto en ella una vez más?
Guardé la fotografía en el bolsillo de mi falda apresuradamente y decidí continuar rebuscando entre los papeles que allí había.

-¿Quién eres tú?
Solté el aire que había en mis pulmones de golpe, y comencé a sentir el frenético latido de mi corazón.
Me habían descubierto, aquel sería el fin.


Desde allí, en el suelo, mi mirada se topó con unas lustrosas botas negras que se acercaban con paso tranquilo y a la vez firme hacia mí.

¿¡Hoy es martes!?

PUES YO YA...




HUID DE MÍ.

lunes, 17 de noviembre de 2014

Reconduciendo las cosas.


Adoro la foto, o bueno, en realidad adoro esta obsesión que tengo con las máscaras de gas, me parece lo más excitante e inquietante del mundo, al menos hablando en términos sexuales, claro. Imaginad que hubiese vivido en la Primera Guerra Mundial, la hubiese liado parda, vaya. (Sí, lo sé, soy tonta). El caso es que con esta foto quería inmiscuirme de nuevo en el mundo que he ido y continúo descubriendo desde hace un tiempo, y aunque parezca que fue ayer, ya ha sucedido hace un par de años.
Sé que últimamente tenía totalmente apartado el tema BDSM, supongo que os habréis dado cuenta. Evidentemente me satisface mucho que este blog sea tan mío y con eso me refiero al hecho de que me siento con total libertad para hablar de lo que quiero y hasta para ir subiendo capítulos de mi novela, pero faltaba un pedacito de mí. Si leéis mi Twitter con frecuencia sabréis que la semana pasada expresé abiertamente lo que me sucedía, siento que por culpa de ese hecho no tuviese ni las más mínimas ganas de escribir aquí. Pasé por un bache bastante gordo con Cedrick, o quizá debería decir que aún lo estoy pasando, superándolo poco a poco, pero como suelo caracterizarme por no pintar las cosas de color rosa, aquí me tenéis, con ganas de abrirme.

Una relación (sea del tipo que sea) siempre tiene problemas, unas veces esos problemas se pueden superar y en otras ocasiones es mejor optar por un nuevo camino. Los problemas con Cedrick comenzaron hace un par de semanas, no tenían nada que ver con la convivencia, pero de todos modos permitid que me guarde eso para mí, supongo que llegué a un punto en el que todo me superó. Llegó un momento en el que ni siquiera le permití tener un contacto más íntimo conmigo, me negué a sesiones, incluso a hablar, incluso me incomodaban sus besos, su cariño... Los problemas crearon en mí una especie de rechazo hasta el punto en el que deseé tirar la toalla.
Alejarse fue complicado, pero me alejé, vaya si lo hice... Aún viviendo juntos me volví una desconocida. Evidentemente ambos sabíamos la razón de esto, razón que aquí no voy a expresar.
No me siento orgullosa de haberle hecho daño estos días, pero a veces una persona tiene que pensar en sí misma y por feo que pueda sonar, ser un poco egoísta.

No sé cuándo tiempo llevaba sin sesionear pero anoche llegué con una idea clara, romper mi muro de una vez por todas, poner de mi parte, esforzarme. En estos días he reflexionado mucho y me he dado cuenta de que siempre he dejado recaer en él el peso de toda nuestra relación. Yo siempre he sido la "niña" protegida, la que ha dejado en sus manos el cuidado de todo, las decisiones, el control... Al fin y al cabo eso es lo que me gusta, pero... No así. No echándole la culpa de los fallos, no dejando todo en sus manos. Me he dado cuenta de mi responsabilidad, esa que yo también tengo y esa por la que día a día me debo ir esforzando.
Es sorprendente descubrir las cosas que se aprenden día a día. Nunca se deja de hacerlo.

Anoche por fin me puse de nuevo a sus pies de ese modo en el que hacía tiempo que no me ponía, y entre su sonrisa, la felicidad que me hizo sentir, y el culo rojo que me llevo... Vuelvo a sentir esas mariposas en el estómago, esa ilusión, y esas ganas de continuar recorriendo este camino de su mano.

miércoles, 12 de noviembre de 2014

Capítulo 4. Gabrielle.

Observé como mi madre garabateaba nerviosa en un trozo de papel. No logré ver lo que ponía, pero tampoco intenté hacerlo. No me sentía con fuerzas, ni siquiera conseguía incorporarme de la butaca marrón del salón, esa en la que tantos buenos momentos había vivido… ¿Para qué hacerlo? Ya no había nada... Absolutamente nada.
Recordaba las historias que me contaba mi padre, esas de barcos llenos de oro que habían cruzado todo un océano en busca de aventuras, con esos viajes soñaba desde muy pequeña, y la verdad es que en aquel instante necesitaba uno de aquellos barcos, uno que me llevase muy lejos, que a todos nosotros nos llevase a casa, a un lugar seguro, en paz. Recordaba también las frustraciones de mi madre tratando de enseñarme a coser y a hacer todas esas labores que ella consideraba que debía saber controlar una buena señorita. ¿Acaso yo no lo era? No para ojos de los demás. La señora Chassier, aquella mujer regordeta provista de una misteriosa sombra oscura encima del labio superior que recalcaba la poca feminidad que la amiga de mi madre poseía, no cesaba en decirme una y otra vez que a ese paso nunca sería una mujer de provecho. ¡Qué culpa tenía yo de querer aprender, ver cosas nuevas, disfrutar de mi juventud! Ella deseaba emparejarme con su hijo Bastian, un joven apagado, sin sueños, carente de alegría, incluso de vida. Estudiaba derecho y era el último hombre en el mundo con el que me hubiera gustado compartir mi vida. En cambio, Adrien... el recuerdo de Adrien, de mis veranos en Marsella, de todos aquellos besos… ese recuerdo aún quemaba. 
Ya nada importaba. Añoraba a la señora Chassier y a su hijo, ellos también eran judíos, ¿dónde estarían? Tal vez pronto tendríamos la suerte o la desgracia de reencontrarnos.

Un estrepitoso ruido me sacó de mis ensoñaciones, me incorporé y me dirigí hacia el pasillo.
-Papá, ¿qué…?
-¡Vete de aquí, hija! ¡Vete!- exclamó, dejando caer lo que tenía entre manos y dándome tiempo para contemplar lo que allí sucedía.
Jamás hubiera imaginado que aquel viejo piso de París podía ocultar una trampilla bajo el suelo. Apenas era visible, tan sólo se notaba una pequeña rendija, como si se tratase de una tara de la propia madera del suelo. 
En aquel instante mi padre había logrado levantarla y sacaba de su interior un paquete envuelvo en lo que parecían capas y capas de papel.
Le miré confusa y temerosa. No quería tener más motivos que darle a los nazis para que nos arrestasen, al fin y al cabo… todos sabíamos que iban a hacerlo, pero eso eran palabras mayores. ¿¡Qué escondían!?
-¡Elise! ¡Sácala de aquí!-exclamó de nuevo, lanzándome una mirada de furia.
No hizo falta que mi madre se acercase a mí. No quería ver nada más, no quería ser consciente de lo que allí sucedía… no deseaba más que esconderme hasta que todo terminase, hasta que nos dejasen ser una familia feliz tal y como lo habíamos sido antaño.
Me encaminé a mi cuarto y dejé la puerta entreabierta, espiando por una rendija.
Observé como mi padre arrastraba el cuadro hacia el rellano de la puerta, asegurándose de que nadie más se encontraba allí, y, de manera inesperada, golpeaba la puerta de la casa de los Gaudet.
La madre de Ariane, Camille, abrió segundos después y tras intercambiar unas palabras con mi padre, introdujo el paquete en el interior de su casa y asintió con la cabeza repetidas veces.
Cerré los ojos con fuerza. Sentía que cuanto más supiera, más me acecharía el peligro. Sentía que había estado engañada toda mi vida.

Me acurruqué en cama y abracé las piernas contra mi pecho como hacía cuando era una niña pequeña, como necesitase una vez más las caricias que antaño me había dado mi madre para reconfortarme.
Ya nada tenía sentido. Me negaba a pensar lo mucho que habían cambiado las cosas, nuestra vida no era ni sería jamás la misma. Todos nuestros amigos, nuestro patrimonio, nuestros sueños, ilusiones... incluso nuestra dignidad.
Hacía tan sólo unos días que había presenciado como mi padre trataba de negociar con aquel teniente… Schulz. ¿Nuestras vidas a cambio de un cuadro? ¡Un cuadro que ni siquiera teníamos! O tal vez sí, ya no estaba segura de nada... ¿Tres seres humanos valíamos eso? Un mísero cuadro de Sandro de’Marchesi. Odiaba a ese pintor, odiaba al teniente Schulz y comenzaba a odiar a mi padre por ocultarme la verdad, por negarse a decirme lo que estaba sucediendo.
Lamentarse no tenía sentido. Hacía tiempo que nuestro destino estaba escrito.

-Gabrielle,-mi madre entró en mi cuarto, con los ojos llorosos- ten, guarda esto.
Cogí el trozo de papel que me ofrecía. Era una nota.
-No salgas de tu cuarto hasta que yo te lo diga, por favor, Gabrielle… hazme caso, hija.-continuó diciendo mientras me acariciaba el rostro.
Fue entonces cuando pude leer en sus ojos, ver a través de ellos y alcanzar su alma y su corazón. Nunca vi tanto dolor en una mirada, tanto sacrificio… supe en aquel instante que debía retener esa imagen, todas las imágenes que alcanzaban mi mente y que me recordaban los buenos momentos que allí había vivido con mi familia.


“Camille, gracias por todo. Jamás podré agradecértelo. Sabes lo que tienes que hacer, sabes qué es lo único que te he pedido. Cuando llegue el momento entrega la carta y buscad el manuscrito. Es la única opción. Huid. Cuida a mi niña y dile que la quiero, que es la luz de mi vida y allá a donde vaya, siempre estará en mí.”

Me estremecí. No debía haber leído esa nota, no debía… Aquello sólo significaba que…
Escuché pasos firmes en el pasillo. Contuve la respiración, temía que se percatasen de mi presencia, que descubriesen que estaba allí escondida. Tal vez las lustrosas botas del teniente Schulz se encontrasen justo encima de mi cabeza, sobre la trampilla del suelo en la que estaba escondida.
Me tapé la boca con las manos, sentía que en cualquier momento explotaría, que la ansiedad se apoderaría de mí, que aquel escondite claustrofóbico era visible para los ojos de cualquiera. Tenía tanto miedo… ¡tanto pánico!
-Me temo que está cometiendo un terrible error, señor Moreau. Si no me entrega esos cuadros arrestarán a toda su familia.-escupió, con desgana. Parecía que se tenía el discurso más que aprendido. Yo no podía evitar preguntarme cuantas veces había pasado por algo así, a cuantas familias le había hecho lo mismo.-¿Dónde está su hija?
Quise abofetearle, quise salir de mi escondite y dispararle, volarle los sesos con aquella pistola que llevaba enfundada. Deseé hacerlo, por un momento lo deseé.
-Nos arrestarán de todos modos.-añadió mi padre, riéndose de manera excéntrica.-No le diré donde está mi hija, ni le entregaré los cuadros yo mismo, al fin y al cabo ustedes se encargarán de desvalijar la casa entera. No nos queda nada, nos lo han quitado todo.
Schulz resopló y pude escuchar sus pasos encaminándose hacia la puerta de casa.
-Iba a hacer esto por las buenas, señor Moreau, para mí ustedes son indiferentes… no pretendo causar más daño del inevitable pero no me deja otra opción. Si no colabora tendré que llamar a mis compañeros que en este momento se encuentran abajo, únicamente tengo que dar la orden.
Mi esperanza en la humanidad carecía de sentido. No podía entender como una persona no podía sentir compasión, tristeza, incluso algún tipo de empatía.
Un silencio se instaló en nuestra casa, un silencio que me pareció eterno. El teniente Schulz salió de la estancia. Todo había acabado… nos entregaría.
-¡Es el momento!- mis padres abrieron la trampilla y me ayudaron a salir al exterior. No quería huir, no quería moverme de su lado… no quería salir de allí.

Entre empujones y lágrimas salí de la que hasta entonces había sido mi casa, estaba cargada de miedos y de culpabilidades. Aporreé la puerta de la estancia de los Gaudet con una nota estrujada en la mano.


Sólo sé que antes de esconderme en casa de mis vecinos, unos ojos azules me observaron desde las escaleras… unos intensos y fríos ojos azules, conocedores de un secreto más.

martes, 11 de noviembre de 2014

A veces simplemente no hay marcha atrás.

Podría decir mil cosas en este instante y probablemente ninguna con coherencia. Estoy en uno de esos momentos en los que mi cupo de agotamiento se ha desbordado, pero desbordado de manera exagerada, no puedo más. Con nada. No puedo.
Me siento perdida como hacía tiempo que no me sentía y disculpadme si no os doy el motivo, prefiero guardarlo para mí. Sea como sea necesitaba desahogarme, a veces una no puede más y explota irremediablemente.

A cada mínimo paso que doy, avance, a cada sonrisa que intento sacar, los consejos que trato de dar, el mirar el lado positivo de todas las cosas y el disfrutar de los pequeños detalles, de las cosas buenas que muchas veces pasan desapercibidas... ¿Dónde queda eso? Sobre todo si siento que esa fuerza y energía se me consume poquito a poco. Tal vez soy una egoísta, supongo que alguna que otra vez me lo han dicho, pero mi egoísmo no es tan complicado, ¿no? O al menos eso pienso yo. Lo único que necesito es reír, es sentir que soy libre y feliz. Es tener esa dosis de energía diaria que alguien más te puede aportar, sólo quiero disfrutar de todo. Disfrutar...
A veces, por un segundo, pienso en tirar la toalla, en desaparecer y empezar de cero lejos, gente nueva, un lugar nuevo, sin que nadie sepa nada de mí, en el que pueda ser quién yo soy y no haya jaulas invisibles, cadenas, lágrimas, ni por supuesto negatividad.

¿Realmente pido tanto? ¿Querer sonreír es tanto?

jueves, 6 de noviembre de 2014

Ya va siendo hora de cambiar un poco el mundo, ¿no?

http://www.huffingtonpost.es/2014/11/06/inmigrantes-canarias_n_6112300.html?utm_hp_ref=spain

Y sí, fueron trasladados en un camión de basura... 

Ana Frank decía que a pesar de todo, seguía pensando que la gente era buena. A día de hoy yo cada vez tengo más dudas de eso.

miércoles, 5 de noviembre de 2014

Capítulo 3. Gabrielle.

Dos noches habían pasado ya desde la visita de aquel tal Hans von Krischner a casa. Ese repugnante oficial de las SS me daba miedo, sus miradas, sus risas macabras, sus miles de preguntas sobre nuestra vida, nuestras colecciones de arte... No era un hombre, era un monstruo creado únicamente para atemorizar, para herirnos y humillarnos, para recordarnos que el mundo se desmoronaba a pasos agigantados sin saber realmente cómo habíamos llegado a aquella situación. ¿Por qué no nos detenían de una vez por todas? Sabíamos que eso era lo que hacían, ese destino habían corrido muchas otras familias de judíos que conocíamos. ¿Qué sería de ellos? No dejaba de preguntármelo y las únicas respuestas que venían a mi mente me estremecían, nos estremecían a todos. Estaba segura de que pensábamos lo mismo pero decirlo en voz alta era impensable, tal vez fuese el miedo pero nosotros estábamos convencidos de que expresar en alto el que creíamos que sería nuestro destino, se convertiría en el camino sin retorno para verlo cumplido. Tratábamos de fingir, de hacer una vida normal, de ignorar la realidad como si de ese modo no nos estuviese sucediendo nada. La verdad era que aunque no tuviésemos el valor suficiente como para admitir lo que iba a ocurrir con nosotros, a pesar de eso e inevitablemente, ya habíamos emprendido aquel oscuro camino del que de manera desesperada intentábamos salir. Tanto mis padres como yo sabíamos que nos encontraríamos con la oscuridad... La irremediable oscuridad.

Cualquier mísero ruido que escuchaba me estremecía, parecía que vendrían en cualquier momento.
Esa misma mañana un teniente se había reunido con mi padre, un hombre llamado Eduard Schulz que decía trabajar bajo las órdenes de von Krischner. Su apariencia era distante, fría, como si fuese totalmente ajeno a nuestro miedo, a nuestras vidas… todos parecían ser así, pero en cierto modo yo aún guardaba la esperanza de que alguno de ellos tuviese corazón, sentimientos, seguía creyendo en la bondad con la que había creído que contaba la raza humana… ¿Por qué nos hacían tanto daño? Habían logrado causar en mí esa misma repulsión que ellos sentían al ver la estrella cosida en mi ropa. La odiaba, odiaba ser quien era, odiaba mi vida, y odiaba llamarme Gabrielle Moreau.

Al menos aquel teniente nos había tratado con respeto, o al menos había sabido como fingir. Tal y como había hecho su superior, nos había preguntado con insistencia sobre nuestra colección de cuadros de Sandro de’Marchesi.
Yo no terminaba de entender donde estaba el interés por dicho pintor… había escuchado hablar de su leyenda, conocía el misterio que le acompañaba, pero nosotros no teníamos nada más que esos tres míseros cuadros atribuidos a él, en mis veinte años de vida recordaba que siempre había sido de ese modo.
Pero sus preguntas no habían sido suficientes, aún no, tenían que continuar presionándonos, interrogándonos, humillándonos y atemorizándonos. ¡No teníamos el cuadro! No lo teníamos...  
No dudaron ni un segundo en registrar nuestra casa, se habían llevado papeles, joyas de valor, incluso nos habían robado el colgante de mi abuela… ¿Qué sería lo próximo? ¿Por qué alargaban tanto la agonía? En mi fuero interno yo mejor que nadie conocía la respuesta.

Salí de mi cuarto lo más despacio que pude, sabía que mis padres ya se encontraban en su cama pero estaba segura de que les ocurría lo mismo que a mí, conciliar el sueño en aquellos tiempos era muy complicado.
Caminé descalza a través del pasillo, tratando de llegar cuanto antes al que había sido el cuarto del servicio doméstico, cuarto que desde hacía unos meses nos servía para guardar provisiones de comida.
Una vez allí, cerré la puerta despacio y abrí sigilosamente la ventana que daba hacia el patio interior, sentándome a su vez en el alfeizar.
Me acostumbré a la oscuridad y miré hacia la ventana de enfrente, los hermosos ojos de Ariane relucían incluso a medianoche.
-Creí que no podrías venir.-susurró. Llevábamos semanas reuniéndonos de ese modo, aquel parecía el único lugar sin oídos de todo París.-Tengo miedo, Gabrielle.
Entendía a que se refería. Mi familia y yo no éramos los únicos a los que la Gestapo había comenzado a molestar.

Mis pensamientos se remontaron a dos días atrás, a la tarde del viernes. Mi madre y yo habíamos salido a la calle a entregar unas prendas de ropa que solíamos planchar a una antigua familia de conocidos de la ciudad. Ese trabajo era el único dinero que podíamos llevar a casa. Mi padre, profesor de literatura en la universidad, había sido destituido de su cargo por el simple hecho de ser judío, y la herencia de nuestra abuela se estaba esfumando a pasos agigantados.
Así fue como al regresar a casa nos encontramos a Camille Gaudet en la librería de su marido. Recuerdo que nada más ver sus ojos empañados supe que algo no iba bien. Mi madre le preguntó que ocurría, al fin y al cabo siempre habíamos tenido buena relación, siempre nos habíamos ayudado mutuamente, pero sobre todo, los Gaudet habían sido una de las pocas familias que no nos habían dejado de hablar.
Camille nos dijo que un soldado alemán había resultado herido tras un atentado perpetuado por la Resistencia. Había sido ingresado en el hospital en el que ella trabajaba y tras los correspondientes cuidados no había logrado sobrevivir y había muerto en sus manos. Nos había dicho que todo el personal del hospital estaba siendo reemplazado y que tras suceder eso, la habían acusado de acelerar el propio fallecimiento del joven, siendo investigada y amenazada.
“-Me han expulsado, Elise. Esto traerá la desgracia a mi familia.”
En ese momento no pensé en su propio dolor, en realidad me alegré, no por ella, pero sí por saber que la Resistencia había logrado matar a uno más. Me había vuelto una insensible, los nazis me habían convertido en una mujer que no sentía absolutamente nada más que odio.
En aquel momento mi madre ni siquiera tuvo tiempo de consolarla. La Gestapo entró en la librería de inmediato, probablemente nos estaban esperando… Fue entonces cuando quise que la tierra me tragase, que mi madre y yo desapareciésemos de allí y que los Gaudet tuviesen que lidiar solos con ese momento. Fui una cobarde y egoísta, es cierto, pero… ¿cómo no serlo?
La estrella cosida en la solapa de mi abrigo comenzó a pesar del mismo modo que si hubiese sido de plomo.
Contemplé el suelo y escuché a uno de aquellos hombres decir, mientras su compañero se reía:
“-Ya te dije, Riemelt, que aquí empezaba a oler muy mal.”
El silencio sepulcral pareció durar una eternidad, las risas de aquellos nazis me parecieron lejanas, muy lejanas.
“-Por favor... Estas mujeres son buenas personas, se lo puedo asegurar, ellas no han hecho daño a nadie.”- levanté la vista sólo para observar como Fabien Gaudet nos defendía.
Las risas cesaron y los recuerdos se desdibujaron. Lo siguiente que mi mente guardaba era ver a mi madre arrastrándome escaleras arriba, encontrarme con Ariane en la puerta de su casa, ajena a lo que en la librería de su padre sucedía, y Hans von Krischner admirando nuestros cuadros aquella misma noche.
No podía evitar alegrarme de que aquel día no hubiesen venido a por nosotros.

-¿Mañana abriréis la librería?-le pregunté a mi amiga.
-Trataré de abrirla yo. Mi padre… tiene problemas de corazón, todo esto está siendo muy difícil.- su voz se quebró ligeramente.-Además sabemos que es inminente que vuelvan.
-Sois una buena familia, no habéis hecho nada malo.
-¿Acaso vosotros no lo sois, Gabrielle? Eso a ellos les da igual, ¿comprendes?-me recordó-Tal vez mi vida esté destinada a escapar constantemente.
Fruncí el ceño y le pregunté:
-¿A qué te refieres?
Negó con la cabeza y agarró fuerte el alfeizar de su ventana. Me pregunté que ocultarían sus pensamientos, pero sabía que no serían tan diferentes de los míos. El miedo… Al menos ella aún tenía otra oportunidad, no era judía como yo.
-Esta mañana otro nazi vino a nuestra casa. Un teniente de las SS que está interesado en nuestros cuadros.-me encogí de hombros, apesadumbrada.-Supongo que eso es lo único que nos mantiene con vida en este instante. ¡No sé que hacer, Ariane!
-Tal vez tu vida también esté destinada a escapar.-murmuró.


Grabé sus palabras en mi cabeza y observé la luna llena, brillante, mágica. ¿Cómo era posible que a pesar de todo la noche fuese tan bella y tranquila? Sonreí mientras sentía la brisa que anunciaba que el verano se escapaba, tal vez esa fuese la última vez que la sentía.

Dramas de la vida.


MI REACCIÓN EN CUANTO HA SONADO EL DESPERTADOR.
¡AYUDAAAAAA!

martes, 4 de noviembre de 2014

Truenos, relámpagos, y otras cosas bonitas de este mundo.

Añoraba y mucho estos días grises, en realidad soy la primera que está completamente segura de que tras un mes de lluvia y frío me quejaré de ello pero sinceramente, ahora mismo era lo que necesitaba. Eso de pasearse en pleno otoño de manga corta no era normal y no me gustaba absolutamente nada. En cambio mirad ahora, estas tardes tienen su lado especial, sí, a pesar de las horas que le tengo que dedicar al estudio, pero al fin y al cabo, esa es una de las cosas que mejor sé hacer, estudiar. En fin, sea como sea me gustan estos días, esos en los que puedes estar en casa compartiendo la tarde junto a él, y aunque cada uno tenga que estar a lo suyo o dedicándose a sus obligaciones, me gusta verle por aquí refunfuñando, mirándome de reojo del mismo modo que le miro yo, cogiendo chocolate a escondidas del estante que tenemos en la cocina repleto de porquerías, o simplemente tumbados en el sofá viendo la televisión o hablando. La convivencia va mejor de lo que me hubiera imaginado en un primer momento y podéis creerme, ese es todo un logro, ambos somos muy raros, pero vaya, creo que a día de hoy está más que demostrado que somos unos raros que se complementan muy bien. 
Además hoy me siento ganadora. ¡He ganado la batalla gatuna! Os explico, creo que llevo más de medio año (sí, mucho antes de que nos fuésemos a vivir juntos), pidiéndole que tuviésemos un gato y entre mi insistencia y la de un amigo de Cedrick que parece haberse aliado... ¡Lo vamos a tener! Me ha hecho hacer mil promesas de responsabilidad que únicamente han logrado que me sintiese cual niña pequeña pero oye, todo sea por tener a mi pequeño gato Scabbers. Sí, como veis va a llevar el nombre de la rata de Ron Weasley, (espero que mi gato no sea ningún mago fugitivo transformado)... Lo siento, yo siempre tengo que ponerle al menos una pizquita de frikismo a las cosas, así el mundo tiene otro color, o al menos yo lo veo así, me gusta intentar reírme de todo.

¡Por cierto! Supongo que os daríais cuenta del pequeño cambio en la apariencia del blog, no ha sido para tanto pero a mí me gustan las cosas así, sencillas. Espero que os guste, pero sobre todo espero que os guste el capítulo 3 de mi novela, ese que voy a subir mañana y que ahora entre pequeños ratos libres he estado corrigiendo. No sé como me he atrevido a publicar lo poco que habéis podido leer hasta ahora de ella, a raíz de que consiguieseis convencerme estoy tratando de recopilar todas las cosas que tenía escritas (y no son pocas). ¡Habéis creado un monstruo! Tengo tantos proyectos en mente y tan poco tiempo que pensar en ello me deprime, de veras. Además ahora estoy buscando un trabajo para esta temporada navideña que tenemos a la vuelta de la esquina, soy estudiante... No me vendría nada mal, así que ya sabéis: Sí, tú, empresario anónimo que me lees, dame trabajo, no hagas caso de nada de lo que leas aquí, prometo que soy responsable. 

¿Qué narices me pasa hoy? ¿Vosotros lo sabéis? 





Ellos son los responsables de mi fangirleo y de todas mis tonterías de este martes, ellos y cierto hombre que tengo cerquita de mí en este instante... A propósito, si hay alguna persona que inexplicablemente lee este blog y sabe tocar así el cello... ¡Manifiéstate de una vez, por todos los cielos! 


lunes, 3 de noviembre de 2014

Tengo vagina, y la uso.

¿Siglo XXI? A mí no me engañéis, nosotros nos hemos quedado estancados como mínimo en el XVIII, os lo digo yo. Realmente me pregunto qué sociedad estamos creando, por lo pronto lo único que sé es que vivimos en una cargada de prejuicios, una en la que si eres un hombre y te follas a todo lo que tiene un agujero entre las piernas (imaginaos el amplio abanico de posibilidades que entra aquí), eres todo un machote que puede alardear de ello, pero si eres una mujer (o en mi caso un ser de género femenino que es más rarita que otra cosa...) pues nada, que como mínimo eres una zorra y como máximo una puta.

Hola mundo twittero, internauta, bloggero y lo que sea... Me llamo Andrea "Noosdirémiapellido" pero en su defecto podéis llamarme An Poulain, que sepáis que tengo vagina, sí. OH DIOSES DEL OLIMPO TENGO VAGINA, MATADME POR ELLO! Y tal y como pone el título de esta entrada, la uso y ella está muy feliz de ello, os lo comunico por si no se sobreentendía. Pues bien, que me guste hablar de sexo, que me gusten las cuerdas, las mordazas, las pinzas y las máscaras, no significa que tenga entre las piernas un agujero de dimensiones semejantes al Muro de Juego de Tronos, ¿vale? Algunos os pensáis que si una mujer habla de sexo abiertamente y sin tapujos es una guarra y no tiene capacidad para más. Me siento orgullosa de decir que tengo cerebro, gracias a los cielos, un carácter insoportable, y mucha cara para mandaros a todos a la mierda si es necesario sin cortarme un pelo. Así que a mí ni me tratéis como a una mosquita muerta, como a una niña indefensa, como a una puta, o como narices os creáis que soy... A mí con respeto, como se supone que debería ser entre todo el mundo, ¿no? Porque a las buenas soy muy buena, pero a las malas sé como defenderme.

Así que... Viva yo, mi vagina, y todas las mujeres que usan la suya y no tienen  miedo a decirlo. Vamos a evolucionar al menos un poquito, ¿no?



Reacción de mi yo interior ante esta entrada... Sí, me aplaudo a mí misma, ¿qué pasa?
Que sí, leñe, que me he quitado otro peso de encima.



Moraleja: Usad vuestras vaginas y/o penes. (Con precaución, por supuesto) Ellos lo agradecerán.