jueves, 20 de noviembre de 2014

Capítulo 6. Eduard.

-¿Quién eres?- pregunté una vez más.
La muchacha se incorporó despacio, y me miró con temor. Me apasionaba y a la vez odiaba ese sentimiento… el miedo. Me resultaba repugnante comprobar como alguien podía temblar bajo una mísera mirada, pero a la vez era fascinante sentir ese poder que proporcionaba ver el temor en ojos de otra persona, significaba que el control estaba en mis manos, eso me gustaba, yo movía los hilos y manejaba las cosas a mi antojo pero prefería que ambos nos encontrásemos en igualdad de condiciones. Luchar contra una familia de judíos, o en ese caso, causar miedo a una muchacha que no era más que una niña no era justo, ni justo ni satisfactorio para mí. No podía reprocharle nada, yo era un hombre que había aprendido a matar y a asustar a personas como ella, por eso añoraba tanto el frente, echaba de menos ser un monstruo sin identidad, sin nombre, ni vida, simplemente una máquina bajo unas órdenes claras, una máquina preparada para matar y para alcanzar un objetivo.

-Soy Ariane Gaudet, señor.-murmuró con un hilo de voz.
-No deberías estar aquí.-añadí de nuevo, carente de emoción.
¿Qué se supone que debía hacer? ¿Arrestarla? ¿Atemorizarla más aún? Mis actuaciones en esos casos formaban parte de una rutina perfectamente aprendida gracias a mi superior von Krischner, pero nadie había dicho nada sobre cómo actuar ante una joven que probablemente no llegaba a la mayoría de edad y que únicamente había sido sorprendida husmeando en una casa ajena.
“La casa de los Moreau, Eduard”-me recordé.

-Yo… verá…-carraspeó, tratando de aclarar su voz. Miré su rostro por primera vez y no pude evitar sorprenderme.- Soy la hija de los vecinos, yo sólo… sé que se llevaron a la familia que vivía aquí y quería saber que había sucedido con ellos…
La hija de los vecinos.
Traté de reprimir una sonrisa. Los vecinos que habían ocultado a la hija de los Moreau, una tal Gabrielle, en su casa.
Las piezas comenzaban a encajar. Recordé como había tratado de sonsacar una vez más a aquel viejo hombre el paradero de El pacto de sangre. Fue valiente, trató de proteger hasta el último momento su secreto. Y también trató de proteger la vida de su hija, como era de esperar.
Sabía desde el comienzo de mis primeras visitas a aquella casa que allí había una trampilla. Demasiados años de experiencia, demasiados indicios… 
Cuando les dije a los Moreau que si no me decían dónde se encontraba el cuadro, tendría que avisar a mis compañeros, supe entonces que ese era el momento perfecto para aguardar a mi presa. Caerían en la trampa, por supuesto que caerían.
Salí de la casa y me oculté en las escaleras, fue entonces cuando aquella mujer aprovechó para sacar del escondite a su hija y aporrear la puerta de la casa de sus vecinos, donde la ocultaron sin dudar.
Ya había vivido demasiadas situaciones similares, sentía que comenzaba a predecir muchas de las reacciones humanas.

La verdad era que no me importaba que Gabrielle Moreau estuviese viva, incluso daba gracias a que fuese así. Mientras estuviese escondida, mis posibilidades de hacerme con El pacto de sangre aumentaban, y cuanto antes tuviese en mi poder ese maldito cuadro, antes podría regresar a mi lugar, a ese que tanto deseaba volver.
Gabrielle Moreau me llevaría a esa legendaria obra de Sandro de’Marchesi sin ni siquiera imaginarlo, sin ni siquiera ser consciente de que yo la había visto ocultarse en la casa de sus vecinos, de los cuales me encontraba muy cerca, tan cerca como esos ojos verdes que me miraban estaban de mí.

-¿Vives en la casa de enfrente?- le pregunté.
Asintió con la cabeza, nerviosa.
La observé en silencio, con mil pensamientos golpeando mi mente sin cesar.
Tratarla con desprecio o frialdad sería para mí un arma de doble filo. Ella podía conocer el paradero del cuadro tan bien como su amiga, si actuaba demasiado rápido podría asustarla y ponerla en alerta y de ese modo mis planes, mi salvación, se esfumarían como el humo. 
Me fijé en ella, sopesando lo que debía hacer, intentando mantener mi mente tranquila y caminar con pies de plomo. Era una muchacha joven, de aspecto algo aniñado. Era bajita y delgada, parecía frágil ante mí. Su rostro era redondeado y tierno. Tenía unos ojos grandes, de color verde… un verde fascinante, hermoso. Sus labios eran gruesos, y sus mejillas tenían un gracioso color rosado. Su pelo era de color castaño, lo tenía largo, más largo de lo que acostumbraban a llevar las mujeres de Alemania, incluso diferente a como lo llevaban allí en Francia, lo tenía ondulado, cayendo sobre sus hombros.

-¿Qué le ha ocurrido a los Moreau?-se atrevió a preguntar, sacándome de mis ensoñaciones.
Me sorprendió que fuese capaz de hacerme esa pregunta, me miraba tan fijamente como yo a ella. El miedo parecía haberse esfumado de su cara.
-No lo sé, y aunque lo supiera… no podría decírtelo.
Claro que sabía lo que les había pasado, pero no estaba seguro de que ella pudiese soportar la verdad. Ni siquiera sabía si yo era tan valiente como para decirlo en voz alta. ¿Acaso aquel no era un comportamiento cobarde? Enfrentarse a personas inocentes, alejarles de todo, humillarles... 

No podía permitirme que las cosas se estropeasen de ese modo, no en aquel instante. Tenía ante mí a una joven que ocultaba en su casa y estaba en contacto con la única superviviente de una familia a la que pertenecía el cuadro más misterioso de todos los tiempos. No podía perder esa oportunidad, no podía desaprovecharla.
Ariane Gaudet. No me olvidaría de ese nombre. ¿Sabría ella de la existencia de El pacto de sangre? ¿Habría ido a la casa de los Moreau para encontrar algo que tuviese que ver con la obra de Sandro de’Marchesi? ¿Sería Ariane Gaudet judía? Miles de preguntas me acechaban… miles de contradicciones.

-Vete.-dije con firmeza.
Vi el asombro en su rostro pero evidentemente no se lo pensó dos veces. Cuando pasó a mi lado me miró con sus ojos verdes muy abiertos, y susurró:
-Gracias… 
Fruncí el ceño y giré la cabeza, tratando de evitar contemplar su mirada y oler la fragancia que emanaba de su cuerpo. 
Hacía demasiado tiempo que nadie me agradecía algo… demasiado tiempo que no veía un resquicio de humanidad o dulzura en una persona. No me merecía esa palabra, no merecía nada.

Observé a mi alrededor y comprobé que no se había llevado nada. Necesitaba salir de allí cuanto antes, aquella casa, aquella situación… empezaba a asfixiarme ese ambiente. Me desesperaba tener que tratar aquello, tener que hacerme con aquel cuadro. Únicamente deseaba descansar de una vez por todas.
Salí hacia el exterior de la casa y mis botas chocaron contra dos viejos cuadernos que se encontraban en el suelo. Me agaché a cogerlos y abrí uno de ellos por la primera página:

“Esperanza. Nadie me dijo nunca lo maravillosa que es esa palabra, lo mucho que guarda, los sentimientos tan puros que esconde. Esperanza es lo que diariamente inunda mi corazón y mi alma, es lo que me hace recordar que estoy viva, que mis sueños no me han abandonado, que mis más profundos deseos aún pueden cumplirse.
Ariane.”

Pasé las páginas de forma aleatoria, casi compulsiva. Prácticamente todo el cuaderno estaba escrito. Relatos, poesías…
Me apoyé contra la pared del pasillo de la casa de los Moreau y centré mi atención en una página que se encontraba marcada. Parecía que allí comenzaba una historia. Eché un vistazo rápido, trataba sobre un muchacho llamado Bernat, un joven aventurero y valiente que se encontraba en un curioso mundo fantástico al que había accedido tras perderse en un bosque del sur de Francia, alejándose sin poderlo evitar de su familia. El joven Bernat vivía una serie de aventuras mientras trataba de encontrar el paradero de su hermana pequeña, a la cual no podía olvidar, deseando únicamente abrazarla de nuevo y revolver su pelo como antaño había hecho.
Sonreí. La primera sonrisa que lograba esbozar en mucho tiempo.
-Ariane Gaudet…-susurré, mientras trataba de grabar aquel nombre en mi mente. Tal vez ella lograse ser mi puente hacia la libertad. Mi propósito era egoísta pero... Nadie jugaba limpio, mucho menos en aquel momento.
Fruncí el ceño una vez más y me obligué a dejar de sonreír y a cerrar aquellos cuadernos. 

Salí de allí con prisa, únicamente parándome en la librería que se encontraba en el bajo de aquel edificio.
Me sorprendí al verla allí, ocupándose de limpiar unas estanterías repletas de libros. Deseé sonreír de nuevo pero lo evité, no podía permitirme hacerlo… no podía permitirme estar dudando del modo en el que lo estaba haciendo en aquel instante.
Agarré con fuerza los cuadernos, negué con la cabeza bruscamente, tratando de ese modo de alejar los pensamientos, y me encaminé hacia mi coche.

Lo único en lo que debía centrarme era El pacto de sangre.

2 comentarios:

  1. De casualidad que entro y nuevo capítulo! Y esta vez el día del estreno! :D Me alegro que hayas publicado otro capítulo en la misma semana! Somos unos suertudos!

    Me gusta que Eduard sea un personaje que no sabes por donde cogerlo, no se sabe como reaccionará, crea intriga...

    Me parece buena idea lo de hacer un blog exclusivo para dedicarlo a la novela estaría más "ordenado" y lo pongo entre comillas porque no es que ahora no esté ordenado, pero supongo que son como temas diferentes, no se.

    Oh! la novela la podrías publicar en Amazon en formato .epub, hay mucha gente que lo hace ;)

    Hasta la próxima! :**

    PD. Has visto que estoy más atenta, no? ;)

    L

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  2. Que bien otro capitulo, la verdad que cuando publicas una nueva entrada me amenizas los momentos que cojo el metro para ir a trabajar; y si publicala aunque no te lo creas esta muy bien.

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