jueves, 23 de octubre de 2014

Capítulo 1. Ariane.

No solía pararme a pensar lo mucho que habían cambiado las cosas en tan solo unos años, la verdad es que me asustaba hacerlo. Ni siquiera me atrevía a abrir mi diario, hacía dos años que no me dignaba a escribir en él ni una mísera palabra, ¿cómo iba a atreverme? Era demasiado complicado. Lo último que allí había escrito era toda aquella locura de sentimientos. El pánico, la esperanza, el anhelo... Todo aquello permanecía en aquel viejo diario. Mi único amigo. Al único al que le había podido contar quien era realmente y al mismo al que había abandonado, sin despedidas, el día en el que las tropas alemanas cruzaron París.
Dos años habían pasado desde entonces, ya era toda una mujer, o al menos eso era lo que me decía Camille constantemente, pero mis diecisiete años eran únicamente eso, diecisiete años. En realidad seguía siendo la misma niña de siempre, la misma joven soñadora y tímida que había llegado a Francia en 1937.  
Suspiré y me recosté en cama, abriendo el diario por la primera página, eso era lo único que necesitaba ver. Mis padres, mis verdaderos padres, Isidro y Emilia. Mi hermano pequeño, Pablo, sin dejar de sonreír jamás. Y Bernat, mi hermano mayor, el cómplice de todas mis travesuras. Aquellas travesuras que parecían haber quedado demasiado lejos, como si nunca hubiesen existido... No me cansaba de mirar aquella fotografía, nunca dejaba de hacerlo, me recordaba cual había sido mi infancia, me recordaba toda una vida pasada, parecía que aquello hubiese ocurrido hacía una eternidad. Todo había cambiado, sin poder remediarlo.

Por aquel entonces tenía doce años y vivía en Guernica junto a mi familia. Mi madre era profesora y mi padre abogado. Éramos una familia normal, querida por nuestros vecinos, por nuestros amigos... En pocas ocasiones me contaban lo que sucedía a mi alrededor, trataban de mantenerme ajena de todo, lejos de cualquier tipo de peligro. Siempre estaba rodeada de libros, siempre en mi mundo de fantasía. Pero todo se había truncado irremediablemente. Mi padre fue arrestado una noche, una noche gris y fría, una noche que fue testigo y cómplice de lo que yo sabía que le había sucedido pero que me negaba a decir en voz alta. Las sonrisas se acabaron entonces, la alegría, el cariño... ya nada existía.  Bernat se convirtió en el cabeza de familia. Era un defensor acérrimo de la República y yo, en silencio, opinaba absolutamente lo mismo que él. Era nuestro protector, incluso el de mi madre, ella parecía haber perdido la vida junto a mi padre.  Entre los dos decidieron que Pablo y yo debíamos salir de España, refugiarnos en otro país hasta que la Guerra Civil terminase. Querían que fuésemos libres de nuevo. Pero lo que Bernat no sabía era que nuestra madre tenía planeado para él el mismo destino.  
Nunca olvidaría aquella despedida, aquel momento tan desgarrador. Pablo era demasiado pequeño para entender lo que ocurría, lo único que hacía era llorar desconsoladamente. Yo no podía concebir un lugar en el mundo sin la presencia de mi padre y de mi madre. Por aquel entonces, y pese a estar completamente segura de que mi padre había muerto, aún guardaba la esperanza de verle una vez más y de sentir sus labios sobre mi frente, besándome con delicadeza y diciéndome que nada malo sucedería, que todo estaba bien... Lloré como nunca había llorado y ni tan siquiera fui del todo consciente de como Bernat nos arrastraba hacía el interior de aquel viejo barco. Los tres de la mano, los tres unidos, así debíamos permanecer siempre. Todo el mundo nos decía que volveríamos cuando la guerra terminase, que regresaríamos a casa, pero... que equivocados estaban. Guernica fue bombardeada el 26 de abril del año 1937 y una parte de mi vida se destruyó con ella.  
El destino que corrimos mis hermanos y yo no fue mucho mejor. Las condiciones higiénicas de aquel barco no eran las apropiadas, muchos de los niños comenzamos a enfermar, y desgraciadamente, entre esos niños estábamos Pablo y yo. Bernat era fuerte, tan fuerte como lo había sido siempre y nos cuidaba sin cesar. No sé como logramos llegar a Francia, pero una vez allí, quise morirme. Bernat fue acogido por una familia del sur, nos dijeron que no nos separarían, que siempre permaneceríamos juntos pero... nos mintieron. Fue de ese modo como una mañana me desperté y dejé de sentir las caricias de mi hermano mayor. ¿Quién iba a querer acoger en su casa a dos niños enfermos como éramos Pablo y yo? Recuerdo que no podía permitirme llorar, ser débil, debía cuidar de Pablo... debía hacerlo, pero él empeoraba por momentos y una noche sus ojos no se volvieron a abrir jamás. Yo me recuperé, milagrosamente lo hice pero no me importaba, me sentía vacía, perdida. Camille, una de las enfermeras, me cuidó, se desvivió por mí y afortunadamente me dio un hogar. Me enseñó a hablar francés, me educó y me permitió volver a tener una familia. No sabía como devolverles a Camille y Fabien Gaudet todo lo que me habían dado. Los tres nos trasladamos a París y juntos comenzamos una nueva vida. Una vida que creíamos que al fin sería tranquila.  

Cerré el diario, aquel diario que me había acompañado desde Guernica. Lo único que tenía de mi anterior vida. Me froté los ojos con las manos y me incorporé. Si no bajaba pronto a atender la librería que había heredado mi padre de su tío abuelo, me caería un rapapolvo que no estaba dispuesta a soportar. Alisé el bajo del vestido con las manos y me miré en el pequeño espejo que había en mi habitación. Mi reflejo era el de una joven saludable, feliz, que contaba con todos los placeres y facilidades con los que podía contar cualquier otra familia de París.  Por las mañanas estudiaba, amaba el arte y la literatura, escribía poemas y pequeños relatos y en mis ratos libres practicaba español y vasco, mis lenguas maternas. Tanto Fabien como Camille, a los que llamaba padre y madre, habían creído conveniente recordarme cuales eran mis orígenes, hacer que jamás olvidase cual era mi vida y de donde venía. Ellos siempre habían simpatizado con la República española y antes de viajar juntos a París me habían proporcionado unos papeles falsos en los que decía que mi nombre era Ariane Gaudet y que había nacido en Toulouse, donde ellos habían vivido hasta mi llegada. De ese modo los tres guardábamos un secreto, un secreto que si salía a la luz... acabaría con nuestras vidas.

Suspiré y me dirigí a la librería. Por las tardes ayudaba a mi padre a atenderla ya que se encontraba en el bajo del edificio en el que vivíamos. Me gustaba aquel lugar, era mi mundo. ¡Rodeada de miles de libros! 
Dado que mi madre trabajaba en un hospital de la ciudad y no se encontraba nunca en casa por las tardes, yo tenía la excusa perfecta para poder ayudarle.  
Cerré la puerta de casa tras de mí, encontrándome con mis encantadoras vecinas, Elise Moreau y su hija Gabrielle, con la que en muchas ocasiones paseaba por la ciudad y a la cual le enseñaba todos y cada uno de mis relatos.
-Buenas tardes.- les dije, sonriente.
-Oh... Buenas tardes, Ariane. Tu padre estaba preguntando por ti.- dijo Elise, preocupada. Parecía que la voz le temblaba.- No te demores niña...
Fruncí el ceño y añadí:
-Supongo que me entretuve demasiado en casa. Gabrielle, si quieres ven más tarde y te enseño lo último que he escrito.
-Claro, sabes que me encantará hacerlo.
Gabrielle ni siquiera pudo terminar de hablar, su madre, nerviosa, añadió:
-Lo siento, Ariane, tenemos mucho que hacer en casa.
Asentí con la cabeza, confusa, y vi como Gabrielle me miraba apenada mientras su madre la empujaba escaleras arriba. No había entendido aquel extraño comportamiento pero evitaba pensar en lo que les habría ocurrido, hacerlo me enfurecía. Gabrielle y su familia eran judíos y desde que los nazis estaban en París sus vidas se habían convertido en un auténtico infierno. Yo odiaba a los nazis, no entendía que podían tener en contra de los judíos, en contra de personas tan maravillosas como los Moreau. Yo misma temía lo que podría sucederme si alguien se enterase de donde procedía, si un nazi descubriese que era hija de españoles republicanos, de que mi verdadero apellido era Ulloa y no Gaudet, y de que los papeles que había en mi cartera eran falsos.  
-A buenas horas, niña.- murmuró mi padre nada más verme aparecer en la librería.
-Así que usted, señor Gaudet, no sabía que estos libros estaban prohibidos...- dijo un hombre, apuntando cosas en su agenda. Levantó la vista y la enfocó en mí.- ¿Esta es su hija?- mi padre asintió con la cabeza.- Sus papeles.
Mi corazón comenzó a latir con frenesí, un sudor frío recorrió mi espalda pero traté de mostrarme lo más calmada posible mientras le entregaba mis papeles.
-Es la Gestapo de París, cariño.- susurró mi madre tras mi espalda. No me había percatado de su presencia.
-Mamá... ¿qué ocurre? ¿Por qué no estás en el hospital?
No hubo respuesta, tan sólo una mirada de miedo, de terror.
-Están en regla.- gruñó aquel hombre.- Continuemos con esto.
Fue entonces cuando me di cuenta de que había otra persona más en la librería, revolviendo todo a su paso.  Mi madre me acercó a una silla y me sentó, situándose justo a mi lado. Era imposible no darse cuenta de su estado, se respiraba la tensión en el ambiente, el miedo... era como si esos dos hombres enfundados en sombreros y gabardinas pudieran saberlo. Ese era su objetivo, atemorizar.
-¿Qué hacen aquí?- susurré.
-Se encontraron con los Moreau y... tu padre...
Recordé el comportamiento de Elise al cruzarme con ella en las escaleras. Con razón se había mostrado de aquel modo. ¿Pero qué era lo que había hecho mi padre? ¿Por qué estaban en la librería? Todo aquello no auguraba nada bueno.
-Este suceso es inaceptable, señor Gaudet. Tiene libros prohibidos, de escritores judíos ni más ni menos... Acaba de defender a esa familia y ha habido chivatazos de que miembros de la Resistencia frecuentan este lugar. ¿No cree que es demasiado?- pude ver como mi padre tragaba en seco ante la sonrisa hipócrita de aquel repugnante nazi.- Volveremos a vernos.

No fuimos realmente conscientes de que acababan de salir de la librería. No nos movimos, no dijimos nada. Únicamente se escuchaban nuestras respiraciones agitadas y mis frenéticos latidos de corazón, retumbando en mis oídos.


 
Sí, sé que es malísimo, y sé que ayer os enseñé el Prólogo de la novela que estaba escribiendo hace unos meses, este es el primer capítulo... No os imagináis la vergüenza que me da así que no os acostumbréis a ver más de estas cosas, os prometo que... ¡Muero de vergüenza! Espero que os guste aunque vuelvo a insistir y advertir de que sí, es muy malo y ojalá pudiera hacerlo mejor.

6 comentarios:

  1. La verdad que no esta nada mal, mañana pon el siguiente capitulo porfi.

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    1. Jajajajaja me da muchísima vergüenza.

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    2. An en serio esta muy bien, jo sigue publicando quiero leerme todo sino te paso mi correo y me lo pasas de forma privada, quiero saber como sigue porfi no seas mala. ;)

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    3. Por ahora voy a seguir publicando algún capítulo más, no os puedo decir que todos los días publique uno pero... Bueno, paciencia! Yo os voy avisando :P y de todos modos, si un día no subo más capítulos aquí en el blog, te aviso por Twitter y ya te los voy enviando. ¡Me alegro mucho de que te esté gustando!

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  2. WOOW!! ¡Más por fa! ¡más! No nos puedes dejar así! Me lo acabo de devorar y ya me he enganchado! Me encanta el tema, la situación, como está narrado... encima nos dejas con la intriga ahora ;)
    Aún no puedo creer que lo estuvieses guardado en una carpeta de tu ordenador como si nada... eso es un sacrilegio!
    Escribes superbien, de verdad, no te avergüences, lo que escribes absorbe y mucho y deja con ganas de más :) Ojalá te atrevas a subir otro capítulo ;) sino cuando te sientas preparada, pero que sepas que aquí tienes lectores :)

    Por cierto, que bien esto de dejar comentarios antes no me atrevía jejjeeje

    Un saludo!


    L

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    1. Pues escribe los comentarios que quieras siempre, aquí todo el mundo es bienvenido. Y... ¡Hazte un Twitter, L! Que es genial hablar contigo :P
      Ya iré subiendo más capítulos, creo que voy a elegir un día a la semana para ir subiéndolos, poquito a poco a ver que os va pareciendo. La verdad es que hace muchísima ilusión que te guste, de verdad, ya te digo que antes no me atrevía demasiado...
      Muchos besos! :*

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