miércoles, 29 de octubre de 2014

Capítulo 2. Eduard.

Me quité el uniforme lentamente, como si estuviese atrapado entre un montón de prendas de plomo, como si con cada minuto que pasase más hastío me produjese todo lo relacionado con mi trabajo, con mi vida, incluso conmigo mismo. Cada día odiaba más mis labores de oficina. Yo, un teniente nazi… ¡Maldito momento en el que había aceptado trabajar a las órdenes de Hans von Kristchner! Ese cerdo, borracho e ignorante de von Kristchner... él era mi superior y aunque yo no soportase la situación, no me quedaba otra opción que trabajabar bajo sus órdenes. Exactamente mi labor era atemorizar, interrogar, presionar, y cualquier artimaña que se me ocurriese, para expropiar obras de arte, las obras de arte que von Kristchner deseaba en su colección personal. Pese a tener permitido vivir en un apartamento de la ciudad de París y gozar de otros tantos privilegios que en otro momento hubiera deseado, ahora no hacía más que sentirme vacío, que añorar una vida pasada que me había sido arrebatada.
Añoraba volver a ser aquel hombre despreciable que antaño había sido, un ser mucho más monstruoso de lo que me habían considerado en el frente, asesinando sin piedad a mis enemigos. Nunca dejaba de preguntarme si realmente eran mis enemigos o si tan solo eran hombres como yo a los que no habían enseñado otra cosa que no fuera matar. Pero nosotros no teníamos permitido pensar, esa no era nuestra función en aquel juego llamado guerra. Mis manos ya estaban demasiado manchadas de sangre, y yo no era más que una marioneta que sólo sabía cumplir órdenes, sólo sabía provocar sufrimiento. Pero ese mismo sufrimiento me causaba placer. Un placer que tarde o temprano me llevaría a la locura. Ya nada importaba.

Me recosté en el sofá del salón mientras me encendía un pitillo. Miré a mi alrededor y bufé. Todo ese lujo, todos aquellos muebles, aquellos libros, esa música… despreciaba absolutamente todo. Hubiera dado todo por estar pegado a mi fusil una vez más, por arrastrarme en la tierra, escuchar los gritos desgarradores del bando enemigo, sentir la furia, adrenalina y miedo. Aquel era mi sitio, no este. Aquella era la vida que añoraba. No existía otro Eduard Schulz, nunca existiría.
Hamburgo era la ciudad en la que había nacido. Había sido criado por mi padre y su segunda esposa. Mi madre había fallecido poco después de mi nacimiento, hecho que jamás me perdonaría a mi mismo.
Decir que mi vida había sido fácil no sería más que una sucia mentira. 
Frank Schulz, mi padre, me despreciaba casi tanto como yo a él. Su hijo… músico, amante del arte, inseparable de lo diferente. Jamás había sentido por mí algún tipo de afecto. Sobre mi espalda aún descansaban los recuerdos que me había dejado antes de su muerte, cicatrices que dolían más que las ganadas en la guerra. ¿Qué me importaba que me faltasen dos dedos de la mano izquierda? ¿Qué me importaba la cicatriz que recorría mi mentón y mi ceja derecha? Todo aquello eran pequeñeces comparadas con los recuerdos. Los malditos recuerdos que me atormentaban cada noche con el rostro de mi padre, ni siquiera la guerra y las muertes con las que debía cargar en mi conciencia borraban aquella imagen.
Odiaba a mi padre, a él y a su esposa. Siempre me habían despreciado, y ella jamás había sentido por mí cariño, ternura, ni siquiera pena, únicamente era una mujer frustrada por no darle al asqueroso de su marido el varón que siempre había deseado tener. 
Pero una noche cambió todo, una noche que nunca olvidaría, su muerte fue inevitable en la Gran Guerra. Un oficial de la Wehrmacht como era Frank Schulz, muerto. Fue entonces cuando mi vida comenzó, al fin fui libre.

Traté de olvidarme de Hamburgo y de la vida que allí había tenido y me fui a Múnich. Amaba el arte, todas sus formas de expresión, toda la vida y la gente que conocí, era como si de algún modo hubiese nacido de nuevo. Allí pude compaginar mis estudios en Historia del Arte con un pequeño trabajo en un café de la ciudad donde tocaba el piano, la verdad es que no era más que un principiante, ni siquiera sabía tocar más de tres piezas, pero Emil, el dueño del café, había visto algo en mí, quizá se trataba del cariño mutuo que nos profesábamos o de que yo había visto en él al padre que siempre había deseado tener. 
Aquella fue una buena época para mí. En el café fue donde conocí a Greta, una increíble y maravillosa mujer judía que me enseñó por primera vez en la vida lo que era amar. Ella frecuentaba cada tarde el lugar, sentada en una solitaria mesa, posando un cigarrillo sobre sus carnosos labios, labios donde me perdía sin descanso, donde hubiese amanecido cada día de mi vida.
Pero yo no era más que un alma maldita, me convencí a mi mismo de que todo en mí era oscuridad. Se la llevaron, una noche... se la llevaron, la sacaron de mi lado. Deseé matar a cualquiera que se atreviese a ponerle las manos encima, pero… no pude. Fui un cobarde, un cobarde que se cruzó con Hans von Krischner en su camino, un cobarde que se vendió a cambio de la vida de la mujer a la que amaba.
Lo único que von Krischner quería de mí eran mis conocimientos, lo único por lo que me había dejado vivir era por su propio beneficio, por sus ansias de aumentar sus colecciones de arte robadas. Ya entonces me veía útil para sus propios intereses.
Nunca más supe nada de Greta, ni de Emil, ni de mi piano, mi música, mis sueños... Nunca más. Lo único que traté de hacer fue acallar los recuerdos combatiendo en la guerra. Únicamente matando sentía paz. Me había convertido en un hombre sin alma, era el fiel reflejo de aquel al que durante mis treinta y cinco años de vida tanto había odiado, mi padre.

No hacía más de un mes que Hans von Krischner me había hecho llamar a su despacho en Berlín. Fue allí donde me propuso trabajar para él en París, apropiándome de numerosas obras de arte para engrosar su gran colección personal. Me negué, no estaba dispuesto a que me utilizase de ese modo para conseguir lo que quería, pero… de nada servía hacerlo. No dudó en rememorar a Greta, la mujer judía de la que me había enamorado en el pasado, e insinuarme que tal vez, en un campo de trabajo volveríamos a encontrarnos.
París nunca me había parecido tan carente de luz.

Estaba tan sumido en mis propios pensamientos que apenas escuché como llamaban a la puerta de casa. Sabía que era ella, todos los viernes acostumbraba venir, su marido estaba demasiado ocupado en los burdeles de la ciudad, ¿cuál tocaría esa noche, el One Two Two tal vez?

-No tenía muy claro que fuese a venir,- dijo la arrogante mujer, apartándome a un lado.- He conseguido una maravillosa pieza para mi colección, no vas ni siquiera a creértelo.
-Sorpréndeme.- murmuré, ofreciéndole un pitillo y una copa de vino que ante mi sorpresa, rechazó.
Contemplé como se sacaba el abrigo de piel y me mostraba una joya que llevaba al cuello.
Fruncí el ceño y la observé, tratando de identificar lo especial que había en aquella joya, no era más que una piedra con forma de lágrima y con una diminuta pieza en su interior de color rojo.
Incluso me sorprendía ver a Christa von Krischner, la mujer de mi superior, con algo tan sencillo encima, siempre llevaba numerosos collares, anillos, pendientes de inconfundible valor, no entendía que diferenciaba a ésta y porqué se molestaba siquiera en mostrármela.
-No me digas que no sabes lo que es.- añadió, mientras veía la confusión en mi rostro.- El pacto de sangre.
Esbocé una leve sonrisa. Era absurdo que se estuviese refiriendo a eso. No era más que una historia, una leyenda sin pies ni cabeza.
-No seas mediocre Schulz, mi marido va a pedirte que lo investigues. Él mismo fue a la casa de la familia, él mismo lo encontró.- continuó diciendo- La leyenda es cierta.
-¿No me digas? ¿Encontró el cuadro entonces?- traté de no reírme.
Christa me lanzó una mirada de odio y comenzó a hablar de nuevo, prácticamente escupiendo las palabras:
-No encontró el cuadro, estúpido, pero estamos cerca de él. Una familia de judíos, los Moreau… ellos tienen toda clase de obras de arte, entre ellas tienen tres cuadros atribuidos a Sandro de’Marchesi ¿Entiendes lo que eso significa?
Me senté a su lado, interesándome por primera vez por algo que me contaba. ¡Tres obras de Sandro de’ Marchesi juntas! No podía creérmelo.
-El colgante también estaba en su casa, Eduard. No son casualidades, estamos cerca del cuadro.
La miré fijamente, pensativo. Recordaba como si fuese ayer el día en el que había estudiado a Sandro de’Marchesi. Siempre me había atraído su secretismo, a decir verdad, todo el mundo se sentía atraído por él y la oscura leyenda que arrastraba.

El pacto de sangre. Ese era el nombre que acompañaba a aquel misterioso cuadro del que hablaba Christa. Pocos se habían atrevido a buscarlo y muchos eran los que hablaban de él y de su existencia, pero la verdad era que no se conocía a nadie que lo hubiese visto jamás.
Decían que El pacto de sangre era un cuadro hecho de la furia, del odio y dolor. Un simple lienzo impregnado en sangre. Nadie sabía más de la historia, ni de quien era la sangre, ni siquiera el motivo por el cual Sandro de’Marchesi había hecho algo así, pero lo que todo el mundo con conocimientos de arte y de esa leyenda sabía, era que una terrible maldición acompañaba a cualquiera que osara tener en su poder dicho cuadro.
Además, se hablaba de que un misterioso colgante atribuido a la mujer de Sandro de’Marchesi había acompañado al lienzo durante más de doscientos años.

Que tres cuadros de ese pintor hubiesen aparecido juntos en la casa de una familia de judíos y junto a ellos el colgante, era extraño… muy extraño. Tal vez El pacto de sangre no fuese una simple leyenda aunque personalmente, nunca había creído en las historias de maldiciones.
-¿Qué piensas?
-Rememoraba la historia del cuadro.- respondí, regresando al mundo real.
-¿Te asusta? Dicen que no augura nada bueno tener ese cuadro en poder. Teniendo en cuenta que el cuadro puede estar con una familia de judíos…- se echó a reír- Sea como sea lo quiero para mí. Tiene que ser mío.
-Dirás de tu marido.- le corregí.
-Ese cerdo de Hans… pronto te hablará de lo que te acabo de contar. Mantenme informada, Eduard.
Asentí con la cabeza, sólo quería que se quedase callada. No pensaba darle ningún tipo de información, menos a ella… era patética.
Me sonrió y comenzó a desabrocharse los botones de su blusa. En cierto modo me resultaba gracioso ver como de un momento a otro su comportamiento cambiaba. Era una mujer extraña, arrogante, caprichosa, cruel, mala…
Acostarme con ella simplemente me proporcionaba una leve venganza, una forma de silenciar mis pensamientos, de al menos pasar un rato en el que no importase nada más que un deseo carnal, prohibido.

Observé desganado como se desnudaba. Christa von Krischner tenía cuarenta y muchos años, la juventud se le escapaba pero pese a ello, no podía negar que era una mujer bella. Llevaba el pelo ondulado, corto y perfectamente peinado. Era rubia y tenía los ojos azules, carentes de luz. Cerca de los labios que acostumbraba a pintar de un color rojo muy intenso, se dibujaba un lunar. Iba tan maquillada…
-Déjame desnudarte.- susurró en mi oído.
Repudiaba su olor, su perfume fuerte me atontaba. Su voz en mi oído, lejos de excitarme, me apesadumbraba.
No había lugar para la dulzura. Agarré su muñeca con fuerza y atrapé sus labios con mis dientes, deseando causarle sangre. Ella se quejó pero no se apartó de mí, nunca lo hacía.
Le permití quitarme la camisa y bajarme los pantalones del uniforme.
Contemplé como al mirar mi mano izquierda carente de los dos dedos que había perdido en la guerra, giraba la cabeza. No me importaba que le causaran repulsión, estábamos en paz… a mí también me resultaba repulsiva ella y su cara de placer.
La giré contra el sofá, poniéndola de espaldas hacia mí y me hundí en ella con furia. Clavé las uñas en sus diminutas caderas y acallé sus gemidos exagerados.

Nada me importaba, ni Hans y Christa von Krischner, ni El pacto de sangre, ni siquiera yo mismo.

4 comentarios:

  1. �� �� �� Por fin le conocemos a él!! Me encantan los libros donde el perosnaje masculino es oscuro, resignado, atractivo, jejeje Pensaba que había superado mi momento de lectora de fanfics pero se ve que no, me estoy volviendo a enganchar a y eso no es bueno jejejej!! �� de momento si con una palabra describiera como parece que va a ser la novela sería "apasionada" Que ganas de leer el siguiente capítulo!!!
    Voy a seguir trabajando que me haces despistar! ;)

    Un beso!!!

    PD. Por si se ve un cuadrado al principio, son los emoticonos de aplauso de whatsapp :)


    L

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    1. Jajajaja yo también fui (y sigo siendo) una lectora de fanfics empedernida. Especialmente leía los de Harry Potter...
      Me alegra que te haya gustado el capítulo, la próxima semana más, a ver que os parece! :*

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  2. Lo lei esta mañana y la verdad que esta chulo, le empieza a dar un punto de intriga, hace aun mas oscura la historia y empieza a dar un nexo en comun que es el arte.
    Estoy a la espera de leer la nueva entrega la semana que viene, lo que llevo leido hasta ahora mola.

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    1. El Arte. Eso es, has dado en la clave, la trama gira alrededor de ese cuadro, es el nexo de unión de todos los personajes. ¡Ay! Me alegra un mundo que os guste.

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